18/03/2024
El monte Fuji con sus imponentes 3 776 metros es la montaña más alta de Japón. Pero también la más querida y apreciada por los japoneses, que llevan siglos admirando la belleza de su cono volcánico que se alza solitario sobre lagos, campos y pueblos.
Hay algo en el monte Fuji que es casi místico. Algo que nos atrae irremediablemente hacia él y que hace que queramos admirarlo de cerca, de lejos, desde los pueblos y santuarios situados a sus pies, desde el shinkansen o desde los miradores de Tokio. El monte Fuji es hipnótico y su poder se ha dejado sentir con fuerza en las artes japonesas, donde su imagen se ha plasmado en multitud de ocasiones.
Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que en junio de 2013, el monte Fuji fuera declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO bajo el apéndice “Fujisan, lugar sagrado y fuente de inspiración artística”. La denominación incluye 25 elementos: desde los caminos de peregrinación y los santuarios de los cráteres situados en la cumbre, a los santuarios situados a los pies de la montaña y las posadas tradicionales, así como los lagos, cascadas, bosques y formaciones volcánicas que encontramos a su alrededor.
Lugar sagrado
El monte Fuji comenzó a ser venerado como lugar sagrado entre los siglos VIII y IX, tras repetidas erupciones volcánicas que, en aquella época, se entendieron como un enfado de la deidad de la montaña.
Para apaciguar los ánimos de la deidad y frenar así las erupciones volcánicas, los lugareños comenzaron a venerar el monte Fuji construyendo varios santuarios a los pies del monte, como el santuario Fujisan Hongu Sengen o el santuario Kawaguchi Asama.
Cuando las erupciones frenaron, los monjes ascetas comenzaron a peregrinar a la cima del monte Fuji desde estos santuarios, siguiendo la formación Shugendo, una práctica mística-espiritual que mezcla filosofías del budismo, sintoísmo y taoísmo y que se centra en el culto a la naturaleza.
Posteriormente, la peregrinación hasta la cima del monte Fuji se popularizó entre la gente común y el resto, como se suele decir, es historia.
Fuente de inspiración artística
El monte Fuji es una de las imágenes más usadas en el arte japonés, una demostración de lo importante que es esta montaña para los japoneses. Ha sido el centro de atención en poesías, novelas y teatros. Y también todo tipo de artes plásticas, decorando cerámicas, vasitos de sake, kimonos y multitud de ukiyo-e, las xilografías típicas del periodo Edo.
Dos de los grandes paisajistas de ukiyo-e, Katsushika Hokusai (1760-1849) y Utagawa Hiroshige (1797-1858), pintaron diferentes vistas del monte Fuji en sus colecciones tituladas Treinta y seis vistas del monte Fuji. De todas ellas, quizás La gran ola de Kanagawa, de Hokusai, es la más famosa a nivel internacional. Aunque las estampas de Hiroshige tienen una gran fuerza poética, con gran énfasis en la naturaleza y los cambios de las estaciones.
El monte Fuji hoy
En la actualidad, al igual que sucedía en el pasado, el monte Fuji sigue atrayendo las miradas de propios y extraños.
Y aunque es caprichoso y a menudo aparece cubierto por un manto de nubes, si tienes suerte podrás verlo desde algunos de los miradores de Tokio, desde algún tren de la línea Tokaido Shinkansen o desde alguno de los pueblos situados a sus pies, entre los lagos de la zona.
Al amanecer y al atardecer, son tus mejores opciones.