26/05/2025
Con una superficie de apenas 150 metros cuadrados, desniveles acusados y una pared de piedra que no se podía tocar, el proyecto Father & Bun parecía, en principio, un reto para cualquier arquitecto. Pero para el equipo de Atelier130, fue también una oportunidad: una invitación a construir desde las limitaciones un universo estético coherente, emocional y memorable. Situado en el corazón de Beirut, este restaurante-bar se despliega como un relato visual. La inspiración parte de una mezcla de referencias tan ecléctica como reconocible: los interiores de los clubes de Manhattan en los años 50, el universo cromático y narrativo de Wes Anderson, y la atmósfera cálida de los diners americanos elevados a su versión más refinada. Todo ello sin perder de vista el entorno, el contexto local y la vocación funcional del lugar: ser un espacio para comer, reunirse y disfrutar con todos los sentidos.
La gran pared de piedra doble altura, impuesta por el propietario como inamovible por su valor sentimental, se convirtió así en el eje del proyecto. En lugar de ocultarla, el estudio decidió exaltarla, integrando su crudeza como símbolo de autenticidad y anclaje emocional. La parte inferior se revistió con paneles de madera para ocultar la cocina, aportando equilibrio visual sin traicionar la honestidad material. El acceso se realiza a través de una escalera que baja desde el nivel de la calle, de modo que el visitante entra literalmente descendiendo al espacio, donde lo recibe una barra escultórica de acero revestida con paneles verticales de madera y una encimera verde. Esa barra, situada estratégicamente a la altura de la calle, actúa como primer gesto de bienvenida y define la relación con el entorno urbano.
El espacio se divide en dos zonas principales: una barra más informal bajo la entreplanta, pensada para picoteo y copas, y una zona de comedor más recogida y lineal en la parte posterior, organizada con bancos continuos adosados a tres paredes. La planificación milimétrica permite que el local resulte fluido, sin perder ni un centímetro.
Uno de los elementos más impactantes es el mural de doble altura, visible incluso desde la calle, pintado con técnicas tradicionales de iglesias y que representa una escena surrealista de fiesta hedonista. Un guiño simbólico y artístico que actúa como carta de presentación y como sello visual del local.
El techo, sin revestir, se dejó en bruto pero fue tratado con paneles acústicos invisibles, diseñados e instalados por 21dB. La iluminación —a cargo de PSLAB— se concibe como una coreografía de haces puntuales que refuerzan la teatralidad del espacio, destacando mesas y elementos arquitectónicos sin mostrar la fuente de luz.
Todo el mobiliario fue diseñado a medida y producido localmente, como gesto de apoyo a la artesanía libanesa. Los colores se eligieron para equilibrar lo vibrante con lo sobrio: sillas en terciopelo mostaza y gris, taburetes de cuero marrón, mesas con superficies verde oscuro y bases de acero en tono café. Delicioso se mire por donde se mire, en todos los sentidos.