19/05/2023
Suenan a exótico porque lo son. Mauke y Mitiaro son dos pequeñas joyas situadas en medio del Pacífico Sur, rincones paradisíacos apenas habitados, pero igualmente capaces de acoger con los brazos abiertos a cualquiera que los visite. Estas dos islas son las de alma más salvaje, con la personalidad de quien está en perfecto equilibrio con la naturaleza. Son el lugar ideal para llevar los pies descalzos. A pesar de su localización, no son inalcanzables: los cómodos vuelos nacionales desde Rarotonga hacen factible la experiencia para quienes han decidido visitar las islas Cook.
Mauke es uno de los secretos mejor guardados del archipiélago: solo 300 habitantes para una superficie de poco más de 18 km². Recibe el sobrenombre de "Isla Jardín" por su verde paisaje, repleto de fragantes flores silvestres y árboles frutales tropicales. Leyendas fascinantes se mezclan con las costumbres actuales de los "matakeinanga" (las tribus) en un lugar mágico donde despertarse con el canto del martín pescador Mauke, especie endémica. Posee algunas de las cuevas más bellas del Pacífico Sur: Vai Ou y Vai Tunamea, además de Vai Tango, una de las atracciones de agua dulce más famosas. Imprescindible también es dar la vuelta la isla, 18 km a pie pasando por kopu po'oki (roca estomacal), una piscina de agua salada en la raui (reserva marina), disfrutando de la vista de la higuera de Bengala más grande del Pacífico y terminando con una visita a la iglesia Ziona, con dos entradas decoradas de forma diferente, cada una por pueblo.
Un poco más grande (23 km²), Mitiaro, pequeña, virgen y acogedora, cuenta con 200 habitantes, de los cuales un porcentaje significativo abre sus casas a los visitantes, ofreciendo el único alojamiento disponible en la isla. Es un patio de recreo natural gracias a sus cuevas y sus playas de arena blanca. Formaciones coralinas fosilizadas y cocoteros completan el cuadro paisajístico en el que se deslizan discretamente cuatro pequeñas aldeas: Atai, Auta, Mangarei y Takaue, donde los habitantes de la isla viven al ritmo de la campana de la iglesia de Betela, que convoca a los fieles al oficio dominical, una experiencia que no deben perderse ni siquiera los escasos turistas que se aventuran en este remoto rincón del mundo.