13/08/2020
El paisaje lunar de Lanzarote es único en el mundo. Sus playas de arena negra impactan al visitante tanto como lo enamoran.
Los acantilados de lava, los cráteres de los volcanes o las zaínas viñas en forma de media luna, contrastan con el azul del cielo y el blanco de las olas rompiendo con fuerza contra las rocas. Y a pesar de esa aparente oscuridad, Lanzarote está llena de vida, terrestre y marina, de arte y cultura, de ocio, deporte, cuentos y leyendas. Viajar a la más septentrional de las Islas Canarias es hacerlo a otro mundo, en todos los sentidos.
Su punto convencional
Los focos turísticos más grandes se concentran en Costa Teguise, Puerto del Carmen y desde hace unos años Playa Blanca, todos en el sur de la isla. Son complejos de hoteles y apartamentos con todas las opciones de ocio que uno pueda imaginarse, desde locales comerciales hasta restaurantes y bares, pasando por casinos, salas de fiesta o tiendas de todo tipo.
Puerto Calero es la zona del puerto deportivo y cuenta con alojamientos más exclusivos y algo más de vida alejada del mundanal ruido inglés o alemán de esos tres grandes puntos calientes. Y desde hace unos años, Arrecife, la capital, vuelve a ser visitada gracias (aunque la mayoría de los habitantes no estuvieron muy de acuerdo) a la reforma del Gran Hotel, el único edificio de más de cuatro plantas de toda la isla, que quedó destruido en un incendio hace 25 años y que se ha convertido en uno de los alojamientos más caros y concurridos de la isla. Pero hay otro Lanzarote más auténtico y que nos cuenta su historia a través de pueblos, lugareños, leyendas y rincones que merece la pena descubrir.
Manrique y Saramago, dos enamorados de la isla
Hablar de Lanzarote es hacerlo de César Manrique, el artista que supo transformar la esencia en arte, entendiendo la plasticidad del paisaje único que ofrece la isla y limitándose a respetarla y resaltarla con los materiales mínimos pero adecuados. Famosa es su propia casa, incrustada en la misma lava y donde las paredes del salón se funden con la roca volcánica. Igual sucede con los Jameos del Agua, otra de sus obras más famosas, el Mirador del Río, el Jardín de Cactus o el Restaurante del Diablo, mimetizado con el paisaje del Parque Nacional de Timanfaya. Los Juguetes del viento son esculturas móviles que se mueven con la fuerza de los Alisios y se encuentran dispersas entre las rotondas de algunas carreteras.
Y el otro nombre propio de Lanzarote es José Saramago. El Premio Nobel de Literatura cayó rendido a la energía de los volcanes y fijó aquí su residencia, donde falleció hace ahora diez años. Su casa se puede visitar, y de la isla decía: “Lanzarote no es mi tierra, pero es tierra mía”, algo de lo que dejó constancia en su primer diario escrito en la isla ‘Cuadernos de Lanzarote I’ (1993-1994). Así que con tan ilustres personajes como cicerones, el viaje a Lanzarote solo puede ser todo lo maravilloso que promete.
Pueblos y lugares con historias
Y cuando dejamos a un lado la ruta conocida, encontramos las pequeñas historias que se esconden en los rincones más insospechados de la isla. Como la que acompaña a los pueblos de Yaiza y Uga, dos de los más bonitos y que hablan de una princesa y una amiga que, para premiar la lealtad de la segunda y con la intención de que permanecieran juntas siempre, se convirtieron en estos dos lugares, uno al lado del otro, y protegiéndose de las inclemencias del viento. En Uga, por cierto, está la Ahumadería, famosa en todo el mundo por su forma de trabajar el salmón.
En Arrieta está La Juanita, también llamada la Casa Roja o la Casa China, construida a modo de casa de muñecas por un residente que, después de emigrar a Argentina, regresó para que su hija, Juana, se recuperase de una tuberculosis, y que permanece inmóvil a la orilla del mar, en un destacado color rojo, la única pintada así. Si se visita, no está de más comer en La casa de la playa.
La leyenda acompaña a Lagomar, en el pueblo de Nazaret, lugar al que muchos conocen como la casa de Omar Sharif, hoy museo, residencia de Beatriz y su familia, restaurante y bar de copas. Dicen que cuando el actor estuvo rodando allí, ganó y perdió en la misma partida de bridge esa casa, proyectada por Manrique pero llevada a cabo por Jesús Soto, otro gran artista de la isla.
Y por supuesto, playas
Pues sí, porque Lanzarote es un lugar de playas, y muy diferentes según te muevas de un sitio a otro. Al margen de las de Puerto del Carmen (con arena artificial aunque es muy bonita), Costa Teguise y Playa Blanca, hay otros lugares impresionantes donde darse un chapuzón. Famara es el paraíso de los surferos, al amparo del risco del mismo nombre y donde el viento parece enredarse en las olas. En Punta de Papagayo se encuentran las únicas calas de arena blanca natural, un espacio protegido que pertenece a Los Ajaches.
Entre los pueblos de Arrieta y Mala, discurre un camino que va dando paso a pequeñas playas como playa Marina, La jorobada, Vaya Querida, la Baja, la Hondura o playa el Seifio. Y si eres de los de andar con recompensa, entonces vete a El Golfo, un precioso pueblo de pescadores. Al final hay un camino que discurre por los acantilados paralelos a la línea de costa y que, después de una hora de camino, desemboca en la playa del Paso. Un rincón solitario donde, aunque es peligroso bañarse porque es mar abierto y el agua llega con fuerza, se puede pasar una jornada de tranquilidad, metiéndose con cautela y disfrutando de una playa volcánica. Eso sí, a la vuelta, en el pueblo, hay que hacer tres cosas: comer en El Caletón, visitar el Charco de los Clicos o Lago Verde, y ver atardecer en Los Hervediros. El día perfecto.